En un esfuerzo por rescatar la memoria de los escritores salvadoreños, la Secretaría de Comunicaciones de la Universidad de El Salvador abre este espacio para dar a conocer los perfiles y obra de diferentes autores literarios de nuestro país.
Los estudiantes de Licenciatura en Letras, Reina Miranda e Isaac Pérez, que se encuentran realizando su servicio social serán los encargados de realizar dichas reseñas.
Por Reina Miranda/Isaac Pérez
El Salvador cuenta con un buen número de escritores que aportaron a la sociedad a través de su literatura hace ya siglos atrás. El intelecto de ellos pese a los años no ha sido desvaluado y mucho menos olvidado por conocedores de la literatura.
Tal es el caso de Francisco Gavidia, nacido en el departamento de San Miguel en 1863, y es ahí mismo donde disfrutó de su niñez. Durante su vida tuvo innumerables cargos de transcendental importancia en el país, entre los más sobresalientes como redactor del Diario Oficial en 1894. Además de desempeñarse en el cargo de Director titular en la Biblioteca Nacional entre los años 1906-1919.
Su figura dentro del mundo de las artes abrió una nueva etapa para la literatura de El Salvador y de América Latina en general, se le considera, junto al nicaragüense Rubén Darío y al cubano José Martí, uno de los iniciadores de la poesía modernista. Como poeta, se interesó por conocer a la perfección el alejandrino francés al español, siendo reflejado desde su cuadernillo Poesía (1887), de filiación huguesca, pasando por Versos (1884) y Los argonautas en hexámetros logrados, hasta Sóteer o Tierra de Preseas (1949), de aliento épico y cósmico.
Sin lugar a dudas, Gavidia se valió de sus letras para describir la realidad que atravesaba el país en aquel entonces. No se debe olvidar que su conocimiento fue variado, a tal punto que no solo se importaba por el ahora que abominaba las tierras salvadoreñas sino también por el pasado histórico prehispánico y colonial, pues conocía la cultura tolteca, maya y nahoa, además del humanismo grecolatino y europeo, factor que lo hizo practicar una poesía mesurada y poco artificiosa.
Por otra parte, también se dedicó a escribir obras de teatro que permitieran su acercamiento al público. Algunas de sus piezas Júpiter (1885), Ursino (1889), Conde de San Salvador o el Dios de las cosas (1901), Lucía Lasso o Los piratas (1914), La torre de marfil (1920) y el poema dramático La princesa Catalá (1944).
El trabajo del escritor no tuvo límites, al elaborar múltiples ensayos educativos que en un inicio se publicarían en periódicos de la época que él mismo fundó, llegando así a crear otros diarios en repúblicas centroamericanas.
Por su incesante labor al país, en el año de 1933 se galardonó como “meritísimo” gracias a la Academia Salvadoreña de La Lengua.