Por: René Martínez Pineda, Sociólogo, UES
“Desde que la pandemia llegó al país, la desigualdad en la que vivimos se hizo más evidente. Un alto porcentaje de alumnos de la “Decana de América” (Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Perú) no cuenta con los recursos para la educación virtual. Una computadora, una laptop, una Tablet o el dinero para pagar internet”. (Periódico “La República”, Perú, 30 de mayo 2020).
Partamos de una premisa: la pandemia ha probado que no vivimos en la sociedad del conocimiento, vivimos en la sociedad de la ignorancia. En el mejor caso podríamos decir que vivimos en la sociedad de los datos, no de la información. En ese sentido, el papel de las ciencias sociales es contextualizar esta situación mundial inédita resaltando sus graves efectos sanitarios (miles de muertes) y la parálisis de la economía.
Al medir esos efectos concluimos que la pandemia ha sacado a la luz lo que ya sabíamos que existía en la oscuridad del capital: la enorme desigualdad social que provoca que el virus golpee con toda su fuerza a los excluidos y empobrecidos por la plusvalía. Siendo así, lo más atinado ha sido tomar medidas que tengan como preocupación central la salud de la gente y, desde allí, adecuar las medidas económicas. Esa posición va en sentido contrario de la lógica neoliberal, lo cual ha desatado las pugnas que redefinen-definen la esencia de los sujetos políticos inmersos en lo que, con Gramsci, se conoce como la guerra de posiciones en la pandemia que convoca a los sectores de la sociedad civil para que asuman un papel, tanto en esa guerra como en la pandemia porque ambas caminan de la mano.
En especial interesa valorar el papel de la UES, no sólo por el aporte científico que puede dar, sino también porque es –debe volver a ser- la conciencia crítica de la nación.
La UES debe ser protagonista en la pandemia, sobre todo desde la perspectiva de las ciencias sociales con las que se puede valorar el impacto en las condiciones de trabajo –propias y ajenas- y en el proceso educativo en una coyuntura sui géneris (alteración de lo cotidiano), y eso nos obliga a pensar un tipo de universidad que tenga como referente cardinal los derechos estudiantiles sin deserción forzada, sin premiar la desigualdad social y con un firme compromiso por la formación académica de los futuros profesionales como parte del imperativo ético madre: el compromiso con el pueblo.
Es necesario pensar –acto ineludible de la universidad pública- en la salida a la gran crisis social, económica, política y cultural que se avecina en el que metafóricamente llamo “el día después de la peste”, luego de superar la emergencia sanitaria que ha tenido a la cuarentena como medida universal, la cual ha resaltado la paradoja de la pobreza: morir a manos del virus o enfermar a manos del desempleo crónico.
Debe entenderse la responsabilidad oficial del Estado en la emergencia y ello incluye a la universidad pública. En esa lógica, la UES debe poner al servicio de la nación la experticia, el saber científico, la sensibilidad social y el voluntariado. De todo ello se han dado muestras, pero se puede y debe hacer mucho más, sobre todo involucrando a las ciencias sociales y el arte desde la epistemología de la cotidianidad.
Si bien se ha recurrido a la educación virtual para “mantener inalterado el ciclo académico”, la realidad nos muestra que buena parte del estudiantado no cuenta con los recursos necesarios, por lo que esa medida podría acabar en premiar la desigualdad social (la que se soluciona con igualdad, no con paliativos) y además porque no es lo mismo la educación virtual en tiempos “normales” que en tiempos de pandemia en los que la preocupación principal es mantener la salud física y mental. Las autoridades centrales de la UES comparten ese criterio y eso es honorable. Y es que la educación virtual debe ser pasajera y enfocada, en estos días, en promover el compromiso extracurricular de reflexionar sobre la prevención social de las pandemias, es decir que debe ser una tregua académica que no excluya, a priori, a ningún estudiante mientras se retoman las clases presenciales que siguen siendo la fuente idónea para la formación de valores en función de una educación integral con pensamiento crítico en el marco de la indispensable socialización real de nuestros jóvenes, quienes no deben ser condenados a la solitaria cárcel de su computadora o celular, como pretende hacerlo el “capitalismo digital” que usa la falacia “ya nada será igual”, para impedir que la educación universitaria construya subjetividades e intersubjetividades para el cambio social.
Ciertamente, la educación virtual (en la que todos hacen, pero nadie aprende, porque la educación es un proceso social; porque lo virtual es una pequeña herramienta de la educación, no es la educación en sentido estricto) con quienes ha sido posible -más para mantener contacto social- es plausible, pero provoca vulneración de derechos: trabajar a deshoras con las propias tareas familiares y en espacios de la casa que por el confinamiento están saturados; con la ansiedad por la pandemia, lo que deteriora la salud de maestros y estudiantes.
Entonces, un gran tema de estudio y preocupación es “si el telestudio llegó para quedarse”, a lo que de antemano respondo con un No rotundo o con un: “sólo si lo permitimos”. Hay que entender y realizar el telestudio en la medida de lo posible y razonable sin que implique reprobación anunciada o retiro forzoso de estudiantes sin recursos, ya que ese no debería tomarse como tipo de Universidad Pública como pretenden el capitalismo digital y las universidades privadas. Ese falso debate que se oculta con la absurda coartada de que “la tecnología nos está obligando a asumir lo virtual”, no es inocente ni desprovisto de mercantiles intereses de clase, y es aprovechado por quienes pujan por imponer la educación como mercancía y abaratar costos, recursos y pensamiento crítico. Pero la UES se define por el proceso educativo de trabajo formativo, de relación áulica y trabajo de campo (la realidad concreta como libro de texto inviolable) en contacto real con las necesidades del estudiante y del país para la formación de profesionales con compromiso social al servicio de las necesidades de nuestro pueblo. Para ello es irremplazable el modelo presencial.
De más está citar las preocupaciones reflejadas en consultas con las experiencias de maestros de las universidades públicas de América Latina (de Argentina a México) en torno a la pérdida de miles de estudiantes en este camino de la educación virtual, y eso es ser cómplice de la exclusión social que tanto se denuncia. Un buen punto de referencia es la experiencia en países con mejores condiciones socioeconómicas.
La encuesta de la Asociación de Docentes e Investigadores de la Universidad Nacional de Tucumán, Argentina, concluye que “el 83% de los docentes no cree que pueda reemplazarse la presencialidad; y que sólo el 30% de los estudiantes universitarios que tienen conectividad (un 45% del total de inscritos) cuentan con un espacio adecuado (luminoso, silencioso, aislado) para hacer sus labores”[1].
Una idea similar expresó la Directora del Observatorio de Prácticas Educativas Digitales (Facultad de Educación, Universidad Católica de Chile) al afirmar que “las condiciones para poder trabajar de nuevas maneras y usar nuevos materiales son difíciles por la dificultad de acceder e interactuar con los estudiantes”[2]. En esa línea, Javier González (profesor de la Universidad de Cambridge) afirma: “el derecho a la educación de muchos estudiantes se está viendo fuertemente vulnerado dado el bajo acceso efectivo a Internet, redes de apoyo y servicios sociales”[3].
La UES debe trabajar por el signo de la docencia salvadoreña como reclamo de los desposeídos para no perder estudiantes en el camino –sobre todo sin son miles- y para no permitir que en este contexto inédito la deserción estudiantil nos gane o nos haga insensibles. Las universidades privadas, por criterio mercantil puro, no van a permitir que sus estudiantes sin conectividad deserten porque quieren que sigan siendo “clientes que pagan puntualmente la cuota”; la UES protegerá a los estudiantes sin recursos, pero lo hará por cuestiones de justicia
social y garantía del derecho al estudio. El futuro inmediato es comprender y ser parte vital para enfrentar la emergencia sanitaria. Al volver al campus debemos debatir el modelo económico de país, la distribución de la riqueza y formulación de políticas públicas para superar gradualmente las enormes desigualdades sociales, tal como la precaria calidad de la vivienda de los sectores populares que hace difícil luchar contra un virus y que sucumbe de inmediato ante una tormenta tropical.
[1] Idem