Por Reina Miranda/Isaac Pérez
El perfil correspondiente a esta semana se atribuye al poeta Edgardo Alfredo Espino Najarro o comúnmente llamado: Alfredo Espino. Nacido el 8 de enero de 1900, en Ahuachapán, El Salvador. Es de recalcar que, creció en un ambiente donde sus padres consideraban a la poesía como majestuosa, ya que estos se fomentaban bajo dicha arte. Frente a este escenario es como Espino toma amor por esta forma de expresión y empieza a escribir silenciosamente.
Lo que confiere a la vida venidera del poeta, se conoce que ingresó a la Universidad de El Salvador en el año de 1920 para estudiar leyes, y su tesis versó sobre Sociología Estética.
Su estadía se limitó en tierras cuscatlecas, y la belleza de estas es la que plasma en sus poemas. Ahora bien, quien en vida fue Alfredo Espino empezó a ser reconocido entre los intelectuales a través de sus escritos promulgados en distintos periódicos y revistas de la época; siendo un total de 96 poemas.
Ahora bien, la existencia de nuestro poeta se tornó llena de alcoholismo y complicaciones familiares, siendo este primero el motivo de su deceso en 1928, como ya se había mencionado. Sus versos fueron conocidos en medios públicos, sin embargo, posterior a su muerte es su padre quien en compañía del ensayista Alberto Masferrer reúnen la recopilación de poemas sueltos para consolidar finalmente en 1930 el reconocido y pulcro poemario: Jícaras Tristes.
Es de recalcar que el libro en mención no fue hasta 1936 publicado formalmente por nuestra alma mater como parte del patrocinio de los talleres gráficos Cisneros, es de aclarar que es una obra póstuma, ya que lo que hoy conocemos como “Jícaras Tristes” es parte de los esfuerzos de los seres más cercanos del escritor después de su muerte.
No hay que olvidar que el poemario de Alfredo Espino deja en evidencia su sensibilidad por la naturaleza y por todo aquello que constituye al paisaje salvadoreño, desde elementos pequeños como pájaros hasta volcanes, atardeceres y el tipo de viviendas que constituyen al país.